
En esta aproximación a la poesía de Pío Antonio Cerda me propongo lo siguiente: Primero, demostrar que la provincia de Dajabón, específicamente su municipio cabecera, tiene excelentes poetas, y, segundo, ofrecer al mundo un muestrario de las mejores composiciones de este exquisito bardo.
Pío Antonio Cerda no es autóctono de Dajabón, pero ha vivido allí los últimos 21 años de su vida, y es ahí donde ha florecido su quehacer literario. Por eso, aunque el humano Pío no haya nacido en Dajabón, no es un equívoco referirnos a él como un poeta dajabonero.
Nuestro referente es también, sin lugar a dudas, un verdadero maestro del cuento literario, pero esa dimensión de su vida artística quizás la veremos en otra ocasión, ahora solo nos enfocaremos en el ser poético.
Pío Antonio Cerda es bastante prolífico, tal vez debido a su dominio de las estructuras poéticas y la disciplina implacable que ostenta, por eso, para que este trabajo tenga una dirección, solo nos referiremos a poemas presentes en esta selección, la cual está dividida en dos partes, según el metro de los versos: Versos de arte menor y Versos de arte mayor.
Como bien se sabe, en poesía se denomina de arte menor a los versos que tienen ocho sílabas o menos. Y de arte mayor a los que poseen nueve sílabas o más. Hay algunos poemas, como la silva y la lira, por ejemplo, en que se mezclan los dos tipos de versos (heptasílabos y endecasílabos); cuando ese es el caso, los incluimos en la segunda parte. Pío Antonio Cerda cultiva también el verso libre, pero aquí solo veremos poemas sometidos a la clásica técnica.
El dominio de la estructura poética clásica en Pío Antonio Cerda
Encontrar poetas que cultiven el verso fecho al itálico modo, para usar las palabras del Marqués de Santillana, es algo extraño hoy día. De hecho, hasta donde sabemos, en la provincia de Dajabón, Pío es uno de los pocos poetas que cultiva el verso medido con maestría [1].
Y resulta grato ver que todavía algunos poetas se toman en serio la poesía y dedican tiempo al estudio y dominio de la técnica más elemental. Pues, para muchos, el poeta que no domina la técnica podrá escribir como los dioses, y no pasará de ser, a lo sumo, un prosista que ha usurpado el título de poeta. El poeta ha de saber de poesía, así como el médico debe saber de medicina. No es opcional. Si alguien quiere que ser tomado en serio como poeta, debería, ya sea que lo use o no, por lo menos tener las nociones básicas de Métrica, esa rama de la ciencia literaria que se ocupa de las composiciones poéticas. [2]
Con mucha frecuencia, los «versolibristas» subestiman a quienes escriben versos medidos. Algunos incluso no consideran poetas a los del verso métrico. Pero es al revés. No debería llamarse poeta quien nada sabe de Métrica. Un poeta que se respete y se considere tal, debe por lo menos saber cómo se hace un soneto. Como dice mi amigo Ramón Saba: «Poeta que se respeta tiene sonetos en su carpeta».
Y no es tanto que no se deba considerar poeta al que escribe en verso libre, sino que, como dice Dulce María Loynaz, «debería demostrarse previamente que se es capaz de escribir un soneto. Después de eso, que se escriba como se quiera». [3]
El problema de quienes desdeñan la poesía métrica es su ignorancia descomunal. Ignoran, por ejemplo, que la mejor poesía está escrita con métrica y que los grandes poetas, incluso cuando escribían verso irregular, eran conocedores de la métrica. Ignoran, además, que «ciertamente, métricas y rimas son valores culturalmente arraigados que satisfacen al ser humano en general. […]. En ese mismo sentido, algunos estudiosos neuronales afirman que escuchar versos medidos y rimados activa una parte del cerebro que se mantiene indiferente ante la prosa y la poesía no medida». [4]
Podríamos decir mucho sobre los beneficios que ofrece la poesía métrica, pero no quiero que mi trabajo se desvíe de la intención original.
Cuando hablamos de cultores del verso medido es necesario hacer una clara distinción entre los que dominan la técnica y los que no pasan de ser simples entusiastas.
Entusiastas son esos que caen en el error de creer que basta escribir catorce líneas organizadas en dos bloques de cuatro y dos de tres para hacer un soneto. Entusiastas son esos que intentan hacer poesía sin la más remota idea de los fenómenos métricos que intervienen en ella. Y quizás la razón por la que muchos lectores desdeñan el verso métrico sea esta: gran parte de los libros que pululan en las librerías son simples y vulgares intentos de poesía.
«Con solo ingenio no se hacen poetas», [5] dijo el más ilustre de nuestros escritores. Los poetastros ignoran que con solo rimas no se hacen poemas; es menester, además, precisión métrica, dominio del hiato, la sinalefa, la sinéresis, la diéresis, etc.
En sus versos medidos Pío demuestra tener dominio de todos los elementos esenciales. En cada uno de sus poemas nos revela un verdadero dominio de todos los fenómenos métricos. Pero eso no es todo. Por estas páginas desfilan varios tipos de versos y estrofas, de los cuales mostraremos algunos.
Variedad estrófica en la poesía de Pío Antonio Cerda
Algunos poetas parecen fascinados por el esplendor de ciertos estilos poéticos u estróficos. Hay, por ejemplo, algunos que viven presos en los cuartetos (o serventesios) y tercetos del soneto, esos no pasan de ser simples sonetistas; y hay quienes solo pueden (o quieren) cultivar la décima, los que los convierte en simples decimeros. Pero están, gracias a Dios, los que cultivan no solo uno o dos tipos estróficos, sino cuatro, cinco, y más. Estos son para mí los Poetas, porque se mueven con igual gracia tanto en la redondilla octosilábica como en el cuarteto endecasílabo o el soneto alejandrino. Pío pertenece al grupo de los Poetas. No nos podemos limitar a llamarlo sonetista, porque hace más que sonetos. No nos podemos limitar a llamarlo decimero, porque hace más que décimas. Hay que llamarlo Poeta, porque conoce los secretos de la poesía y domina sus misteriosos ritmos, de ahí que también cultive el poema de versos imparisílabos. Pero no se diga más y veamos los distintos tipos de estrofas que se hallan en esta selección:
Redondela:
«El mal creciente que arropa
la esfera que nos contiene
huella mi canto y mantiene
a mi faz fruncido el seño».
Cuarteta:
«La noche es un ave en fuga.
La luna un copo de ensueño.
El hombre es viento y madruga.
El viento es un can sin dueño».
Redondilla:
«Hojita no soy cautiva
de todo viento que sople,
ni bajel que desacople
cualquier tempestad furtiva».
Décima:
«Yo que te soñaba un día
y una noche delirando
besé tus labios buscando
demostrar mi valentía,
no reparé en la osadía
de tan loca travesura
y en su traviesa locura
sigue la imaginación
rumiando el fuego dulzón
que ayer en tu boca ardía».
El quinteto:
«Tu redondez, tu mágica figura,
de las genuinas formas es un hito.
¿Habrá pensado el genio en la ventura
de condensar en ti la nada pura
y el proverbial sostén de lo infinito?».
El cuarteto:
«Oriunda de los pueblos de Quisqueya
nací para el deleite de la gente,
mas buscan opacarme inútilmente
algunos para quienes no soy bella».
El serventesio:
«¿Que si de amores fueran mis poemas?
Fuesen de pingües penas. Desamores
que a un corazón legaran ambas gemas
de tus ojitos, sendos girasoles».
El terceto:
«Con la venia del Padre y su consuelo
prefiero merecer la paz del cielo
al nimio matrimonio con la historia».
El pareado:
«Se acerca el día en que la especie humana
se habrá librado de su gloria vana».
Claro que hay más estilos estróficos, incluso algunos de los cuales no encuentro registro en los tratadistas, viniendo a ser, a menos que se demuestre lo contrario, invención del autor.
Y es que Pío no se limita a repetir los moldes preestablecidos. De hecho, cuando glosa una cuarteta de Dámaso Alonso (poema Copo de ensueño) empieza por el último verso, cuando lo tradicional es que se empiece por el primero. Es cierto, trabaja sobre moldes viejos, pero no desaprovecha oportunidad para dejar la huella de su ingenio.
Hay en este compendio, aparte de las estrofas ya mencionadas, que muchas veces constituyen poemas, soneto, glosa, cuarteto de pie quebrado, terquintesio, romance, y lira.
Eso en cuanto a estructura poemática nos referimos. Porque otro factor que da valor a la obra y que no debemos soslayar, es la variedad rítmica, es decir, los diferentes tipos de versos empleados por el insigne poeta.
Variedad rítmica en la poesía de Pío
Es un tanto aburrido leer un libro de poemas escrito en un solo metro, a no ser que este supla la variedad con otros elementos. Y es que escribir en un solo metro equivale a componer una larga canción en un único tono. Es algo desesperante, monótono. Pero aquí, gracias al ingenio de nuestro poeta, no debemos preocuparnos por eso. Lejos de ser monocorde, este poemario exhibe múltiples ritmos.
Lo primero que notamos aquí es el hexasílabo. Ese hexasílabo que, durante el siglo XV, fue el tercer verso más usado, superado solo por el octosílabo y el endecasílabo; [6] ese hexasílabo de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Íñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana; ese hexasílabo que, en el Neoclasicismo, sobrevive en las letrillas; en el Romanticismo, en Espronceda y Bécquer, y sigue respirando en las voces de Salinas y Guillén de la Generación del 27. Ese grácil y juguetón hexasílabo sigue viviendo en Lección de un beso y otros poemas de este cantor dajabonero.
También hallamos aquí el famoso heptasílabo. Ese verso de clerecía que hizo su aparición como verso regular en la poesía castellana en los dísticos del Auto de los Reyes Magos y de la Disputa del alma y el cuerpo, en el siglo XII. Ese famoso verso que alcanzó su manifestación más importante hacia 1350, en las más de setecientas redondillas de los Proverbios morales, del rabino Sem Tob.
Claro, en estos casos citados, el heptasílabo aparece como hemistiquio del alejandrino. Como verso individual viene a aparecer en los siglos IV y V, compuestos en dísticos y en cuartetos monorrimos, y según Tomás Navarro Tomás «figura entre los metros más antiguos en francés, provenzal e italiano. Se encuentran redondillas heptasílabas en cantigas gallegoportuguesas desde la primera mitad del siglo XIII». Este verso antiquísimo respira aquí en Monólogo a mi esperanza testaruda.
Y, por supuesto, el verso más antiguo de la poesía castellana, porque ya para el siglo XI aparecía en las jarchas mozárabes. Nunca perdió vigencia. La mayor parte del romancero castellano está escrito en este metro. De hecho, es el verso del romance. Es, según algunos tratadistas (y la evidencia empírica lo confirma) el verso más usado y, por supuesto, el más melódico, quizás porque «tiene sus raíces en la medida básica de los grupos fónicos de la lengua». [7] Respiramos en este metro. Su musicalidad solo es igualada, y probablemente superada, por la del «óptimo tesoro de nuestra versificación» [8]. Aquí brilla en Sueño de un día, Duelo de invierno, y Ave inmutable, etc.
Esa variedad rítmica está dentro del arte menor. Pero el poeta viene a enriquecer su ritmo con distintos versos de arte mayor. Por eso tenemos aquí Pregón del Yaque, escrito en decasílabos, ese verso que ya asomaba en el nieto de Fernando III, Don Juan Manuel (1282-1348).
Y, desde luego, en su Letanías de la tierra restaurada, que es un hermoso contracanto a Storni, aparece el verso por excelencia de toda la poesía española e italiana: el endecasílabo. En este poema el poeta se eleva como el águila y alcanza una belleza y una calidad hiperbólicas.
Pero Pío no se limita a escribir poemas, ora con versos de arte menor, ora con versos de arte mayor (se nota cierta predilección por el arte menor), sino que a veces mezcla los ritmos, ya sea en la famosa lira, combinando heptasílabos y endecasílabos, ya sea en el famoso cuarteto (o serventesio) de pie quebrado, combinando endecasílabos con pentasílabos (Canto al sol dajabonero).
En fin, esta recopilación viene a consagrar a Pío Antonio Cerda no solo como uno de los mejores poetas de la provincia de Dajabón, sino como uno de los pocos que en la actualidad dominicana escribe verdadera poesía. Con este trabajo queda demostrado que si alguien merece el título de poeta ese es nuestro bardo. Porque como ya hemos especificado, un verdadero poeta es alguien que domina el arte de escribir.
Ojalá algún día comprendiéramos todos que ser poeta no es limitarse a escribir «mis sentimientos». Implica mucho más. Y así como a nadie se le ocurre llamar médico a alguien que no sabe de medicina, no deberíamos llamar poeta a alguien que nada sabe de poética. Porque la poesía no se escribe al azar. Para escribirla hace falta, como diría Unamuno, sentir el pensamiento y pensar el sentimiento.
Dicho esto, y con mucho por decir aún, debo cerrar aquí esta aproximación, esperando, sinceramente, haber logrado mi intención inicial: demostrar que la provincia de Dajabón tiene excelentes poetas, mientras, como ejemplo, exponemos ante el mundo un muestrario de la obra poética de uno de ellos.
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[1]. Hago constar que en el municipio de Loma de Cabrera existe el poeta Cristino Alberto Gómez, de quien leí un libro titulado Yo dije el amor, en el cual hay un poema en que se muestra un buen dominio del verso alejandrino. No obstante, casi todo el contenido del libro está en versificación irregular.
[2] Antonio Quiles, Métrica Castellana.
[3] Conferencia ofrecida en el Lyceum para los alumnos de la Escuela de Varano de la Universidad de la Habana, en Agosto de 1950.
[4] Fernando Cabrera, Ser poético. Ensayos sobre poesía dominicana contemporánea.
[5] Pedro Henríquez Ureña.
[6] Estudios Métricos, Pedro Henríquez Ureña.
[7] Métrica Castellana, Tomás Navarro.
[8] PHU. Se refiere al endecasílabo.
