Por Edith Tavarez
De entre tantos poetas, nacionalidades y libros, hoy he tenido la oportunidad de incursionar en la poesía del dominicano Miguel Contreras. Este joven escritor, a través de su obra Cien sonetos, me ha hecho aterrizar en terrenos, que por desgracia, habitaban en mi ignorancia. Este compilado de cien sonetos no se limita a una temporada ni a un estado de ánimo: puede leerse en las mañanas frías de enero , en las tardes lluviosas de agosto o en las noches secas de octubre. Cualquier época es propicia para aventurarse en estos monumentos clásicos de catorce versos.
En cada soneto, la palabra se acomoda con precisión y las estrofas logran elevar el pensamiento, a veces con giros inesperados. Eso no lo hace cualquier pluma: como el chef étoilé que sabe de calidad de ingredientes, armonía de sabores, técnicas culinarias y consistencia, Contreras domina el arte de la medida.
Y medir, en poesía, es algo más que contar sílabas: es disponer la cadencia para que el lector pueda sumergirse en la música del verso. Sin embargo, no todos los poetas se aventuran en el verdadero arte de escribir poesía de calidad. El verdadero soneto, pienso, es aquel que con su medida estructura nos ofrece un espacio de reflexión y descubrimiento. Lo notable de este poemario es que, sin renunciar a la tradición del soneto, se abre a una variedad de temáticas: el amor, el desamor, el olvido, la mujer, pero también la religión, la filosofía y la existencia.
Algo más que puedo destacar, estos sonetos nos llevan a una amplitud cultural. Entre los versos aparecen referencias a mundos lejanos: el Diyú de la mitología china, el Tártaro griego, el lugar más profundo del Inframundo, o Cloris, diosa de los jardines. Estas evocaciones expanden la experiencia poética y nos recuerdan que siempre hay más conceptos, más símbolos y más historias por descubrir.
Qué más decir: estas páginas son una orquesta donde Contreras dirige; bajo su batuta, las cuerdas, los vientos y la percusión se entrelazan al compás de once sílabas, distribuidas en tres y cuatro versos. Cada palabra encaja con precisión, como pieza de rompecabezas, para crear una sinfonía poética. Leer este sonetario me remite, por contraste, a George Perec. Este escritor francés, malabarista del lenguaje, quien asumió las restricciones del lenguaje como un terreno fértil para la creatividad. Contreras hace algo semejante: abraza las exigencias del soneto —su medida, su rima, su estructura— y convierte la limitación en posibilidad expresiva. Escribir poesía es hacer malabares con papel, tinta y el desborde de versos, rimas y estrofas.
Estoy que ya no puedo cmprender,
hermosa fugitiva de las flores,
si no te veo porque soy un muerto,
o soy un muerto porque no te veo.
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Todos me han olvidado, mas no sé
por qué me duele tanto el abandono
si incluso yo me dejaré algún día.
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La vida pasa y no tendrá sentido,
a menos que dejemos la materia
pudrirse en las entrañas del olvido
de donde surge toda la miseria.
| Adquiere Cien sonetos de Miguel Contreras |
Este libro me ha cambiado la percepción que tenía acerca de la poesía, de sumergirme en un verdadero análisis poético. Más allá de la forma, lo que resalta son los sentimientos entrelazados con la reflexión filosófica. Por eso, leer a Miguel Contreras es descubrir un soneto renovador. Su maestría métrica y su capacidad de entretejer emoción y pensamiento lo han llevado a bautizar el “soneto contreriano”, una huella que lo sitúa ya como referente de la poesía dominicana.
