«El soneto es la más hermosa composición, y de mayor artificio y gracia de cuantas tiene la poesía italiana y española. Y en ningún otro género se requiere más pureza y cuidado de lengua, más templanza y decoro, donde es grande culpa cualquier error pequeño».
−Fernando de Herrera
Como ya he indicado en el artículo anterior, este libro se divide en tres apartados: uno: «Sonetos premiados por el jurado», dos: «Otros sonetos perfectos», y tres: «Sonetos imperfectos». Cuando dicen «otros sonetos perfectos» en el segundo apartado, dejan claro que consideran perfectos a los del primer apartado. Veamos qué tan perfectos son.
Los relativistas piensan que no se puede determinar la calidad de un poema, en vista de que eso está subordinado al gusto del lector, pero yo no soy un lector, soy un relector, y he releído estos poemas hasta que algunos empezaron a rechinarme en el oído. Creo en la objetividad de la literatura.
Dije que no teorizaría sobre el soneto, y pienso cumplir con mi palabra, así que me limitaré a buscar en estos poemas lo que ya indica Herrera en la expresión que sirve de epígrafe a este trabajo. No traigo un «sonetómetro» para medir la calidad del soneto, pero creo que, si encuentro aquí «pureza» y «cuidado de lengua», «templanza», «decoro», y atención a los pequeños detalles, me daré por servido.
Cuatro sonetos componen esta primera parte: «Alborada», de Ciriaco Landolfi (1er premio); «Soneto 13», de Carlos Campos Sagaseta, apodado Koldo, (2do premio), «A la luz de esta vela», de Juan B. Castillo C., (3er premio), y «Música de septiembre 2», de Ramón Saba (4to premio).
El primer soneto, «Alborada», sería un buen soneto, si no fuese por lo siguiente:
- Asonancia entre los cuatro versos del primer cuarteto
- Asonancia entre los versos del primer cuarteto y los versos dos y cuatro del segundo cuarteto
- Asonancia entre los versos del primer terceto
- Asonancia entre los versos del primer terceto y los del segundo
- Asonancia entre los tercetos y los cuartetos
Veamos el soneto:
Los soldados lumínicos del alba
con sus pies de algodón hacen la trampa
al duelo de la noche que se salva
de tornaviaje por la misma rampa.
Las pérgolas azules se convidan
a las cúpulas altas trasnochadas
mientras las urbes nacen y trepidan
con multitud de ruidos y pisadas.
Todo sabe a canción en la alborada
y es un melón de sones la fragancia
de la infinita luz en alpargata.
Niña recién en oro despeinada
que hace su ministerio de constancia
hasta atracar la noche su fragata.
Pero, si hay tantas asonancias, ¿no se podría tratar de un soneto asonante de rima continua? No. Porque si bien existen esas asonancias, también es cierto que las rimas consonantes correspondientes se mantienen. No he dicho que el poema sea asonante, sino que, aparte de la rima consonante, también hay rimas asonantes entre un cuarteto y otro, entre un terceto y otro, y entre cuartetos y tercetos. ¡Un desmadre!
Considerando la rima consonante, este soneto resulta ser de una estructura ABAB CDCD, para los cuartetos, y EFG EFG, para los tercetos. Pero debido al cúmulo de asonancias casi consonantes (pisadas-alborada), el esquema se diluye, se pierde.
Existen algunas cacofonías (tas-tras, én-en, hasta-atra); pero no me detendré en ellas. Luego está esa palabra que me parece un adefesio fonético, especialmente por ese cuarteto de «a» que hace de cada sílaba rima: al-par-ga-ta-, aunque la imagen es hermosa: «la infinita luz en alpargata». Solo un antirritmo: algodón-hacen.
Pese a esos desperfectos, el lector notará que el fondo del poema es hermoso. Es un soneto cargado de geniales figuras literarias. Excelente manejo del ritmo. Y hay, en mi opinión, dos versos memorables: el 9 y el 10, sobre todo el 9.
Justo será ver el siguiente poema. El «Soneto 13», de Carlos Campo (Koldo). Este soneto empieza con un endecasílabo sáfico a la francesa (corto pleno): «Donde al amor confunde los tejados»; para seguir con un yámbico (heroico pleno): «quedé llorando, amor, mis alas rotas»; continuar con un heroico largo (R-2-6-8-10): «las últimas y más queridas notas»; para rematar el cuarteto con un verso peonio (heroico puro o simétrico): «que pude improvisar en los teclados». ¡Esto es genial!
No seguiré por esos derroteros. Por más que quisiera analizar cada verso, tardaría mucho y este escrito se extendería demasiado, y no es mi intención profundizar mucho en estas simples notas. Continuemos.
De no ser por una variación, el esquema de este soneto sería totalmente clásico. Noten que empieza con el esquema tradicional de los cuartetos: ABBA; pero luego enlaza con una rima los tercetos con los cuartetos. Veamos:
Donde al amor confunde los tejados
quedé llorando, amor, mis alas rotas
las últimas y más queridas notas
que pude improvisar en los teclados.
Se durmieron los duendes confinados
en el breve dispendio de las gotas
donde apuran el vino y las derrotas
los que se van a ahogar y los ahogados.
Y hurgando en los silencios de otras huellas,
Ilusiones de fábulas remotas,
se quedaron por ávidas sin vuelo
que por encomendarse a las estrellas
hay prólogos que ayer fueron gaviotas
y hoy solo son naufragios por el suelo.
Ha quedado evidenciado que este tiene menos defectos que el anterior. Si no fuese por esa «consonancia» entre cuartetos y sonetos, este sería sin dudas, al menos formalmente, el mejor soneto de este primer apartado. Es un soneto muy hermoso, con verso de alto valor lírico y estructural. Pero continuemos.
El tercer soneto es «A la luz de esta vela», de Juan B. Castillo C. Menos que los anteriores, este goza de cierta belleza, pero aparte de que los cuartetos riman según el esquema clásico (ABBA ABBA), los ocho versos riman entre sí en asonante (¡otro desmadre!). Veamos:
¡Mujer! Estatua, realidad incierta;
nave fugaz, huyendo de su estela.
a la luz vacilante de esta vela:
una inquietante tentación, desierta.
Entre tú y yo: la insinuación abierta
de este silencio gris que me revela
la sutil mariposa que…, si vuela,
lo haría tan sólo para estar despierta.
Quédate así, mujer: contra ese lienzo
de semi-oscuridad, de luz huidiza,
de incitadoras sombras de un comienzo.
Quédate así, que no me corre prisa
que a andarme, presuroso, tras el pienso;
te prefiero, de amor, hecha sonrisa.
Como ya dije, estos no solo riman ABBA ABBA, sino también AAAA AAAA. ¡Horrible! Los tercetos mantienen su esquema clásico normal: CDC DCD, y la única molestia son las rimas asonantes internas consecutivas: «incitadoras-sombras» y «pienso-prefiero». No hay asonancias entre cuartetos y tercetos.
El cuarto y último soneto de esta primera parte es «Música de septiembre II», de mi queridísimo Ramón Saba. Veámonoslo:
Ya se escucha del bosque su sonrisa
cual sonata de ampliada tesitura
y hasta el eco repite sin premura
música que en septiembre es indecisa.
Son voces de un verano que precisa
despertar con el viento la espesura;
concierto de un otoño que procura
despedir a las hojas con su brisa.
Es tan piano el sonido de los días
que septiembre interpreta en sus mañanas,
que abrigados en par los ruiseñores
entonan renovadas melodías
y el riachuelo repica sin campanas
los acordes de todos sus amores.
De entrada veo lo que considero una incongruencia sintáctica. Cuando el poeta dice: «Ya se escucha del bosque su sonrisa» está haciendo un hipérbaton. Si organizamos las palabras, deshaciendo el hipérbaton, tenemos: «Ya se escucha su sonrisa del bosque», luego es evidente que el adj. poses. 3.ª pers. «su» está de más y en su lugar debería ir el artículo determinado «la». Así el verso se leería: «Ya se escucha del bosque la sonrisa», equivalente a: «Ya se escucha la sonrisa del bosque».
El esquema de rima aquí es el tradicional clásico: ABBA ABBA CDE CDE. No hay asonancia en los cuartetos ni en los tercetos, pero sí entre los tercetos y los cuartetos (versos 1, 4, 5, 8 con los versos 9 y 12). Pese a estos pequeños desperfectos, es un soneto bastante bello. Uno de esos poemas que, para citar a José Carvajal, «se pueden parar en un solo verso». Y ese verso es este: «Es tan piano el sonido de los días». Me encanta este verso.
Al leer este libro no era mi intención poner en entredicho el dictamen del jurado, sino analizar sin apasionamiento de ningún tipo el contenido, pero cuando leemos y escribimos debemos ser consecuentes e ir a donde nos lleve la tinta. ¿Conclusión? El lector sea el juez.
Respecto a cuál de estos poemas debería ocupar el primer lugar, me limitaré a decir que «Alborada» no me parece la mejor elección, aunque, sinceramente, yo habría declarado desierto el primer premio. Pero diré algo en defensa del jurado (como si lo necesitaran): no es que estos sonetos no tengan imperfecciones, sino que, en comparación con los otros, que son muy malos, son perfectos.
Si Dios quiere, nos vemos en una próxima entrega. Paz.
Miguel Contreras