Tradición y libertad: a propósito del Sonetario de Pablo Bejarano

pablo berjarano sonetarioPor Miguel Contreras

Quienes afirman que el verso medido1 se presta a la monotonía, lo hacen solo debido a una ignorancia descomunal. Lo he repetido en múltiples ocasiones.  El verso medido ha sido, desde la Antigüedad hasta nuestros días, un terreno fértil para la libertad creadora. Dante y Petrarca, Garcilaso y Quevedo, Góngora y Lope, Shakespeare y Milton: todos demostraron que la forma no limita, sino que abre infinitas posibilidades. La monotonía, si aparece, no es culpa de la métrica, sino del poeta. Pues el buen poeta lo es, independientemente del metro en que escriba; y el mal poeta lo será, sin importar la forma que elija.

En el siglo XXI, cuando muchos declaran muertas las formas clásicas, libros como este Sonetario de Pablo Bejarano vienen a demostrar lo contrario: que el soneto no solo sigue vivo, sino que puede renovarse indefinidamente.

Hace algunos años recibí este libro directamente de su autor. Desde entonces quise escribir algo que sirviera como referencia y testimonio de que la disciplina y el rigor siguen siendo las bases de la verdadera poesía.

Pablo Bejarano, guatemalteco, además de poeta y narrador, es un estudioso de la literatura. Su vasto conocimiento de la métrica española lo distingue. No improvisa: compone con plena conciencia de lo que significa cada acento, cada rima, cada encabalgamiento, cada sinalefa, cada hiato, cada diéresis, cada sinéresis… Ese rigor lo ubica, sin exageración, entre los mejores poetas guatemaltecos de su generación. Pocos escritores actuales han demostrado con tanta disciplina y ambición que el verso clásico puede seguir siendo un laboratorio de frescura y modernidad.

Este Sonetario no es un libro más. No se limita a recopilar poemas: se plantea como proyecto íntegro, con un propósito claro —explorar setenta y cinco formas distintas de escribir sonetos, como indica el subtítulo—. Cada variación es un experimento formal, un hallazgo técnico y, al mismo tiempo, un poema con sentido.

Escribir un soneto exige oficio; escribir diez distintos, exige paciencia y oído; escribir setenta y cinco modalidades, exige disciplina férrea y un conocimiento enciclopédico. Eso es el Sonetario: la demostración irrefutable de que el trabajo formal puede ser fuente de libertad creativa.

Más que en los temas, pues son los mismos tçopicos que recorren la literatura universal —nihil novum sub sole—, la grandeza del libro radica en su variedad formal. Cada poema lleva un título que señala el tipo de soneto que es, y el conjunto viene a ser un muestrario de invención métrica sin paralelo. 

He aquí los nombres de los sonetos presentes en este libro: Soneto clásico, Soneto con eco, Soneto de cabo corto, Soneto dialogado, Soneto machihembrado, Soneto acróstico, Soneto agudo, Soneto derivativo, Soneto retrógrado, Soneto con conversión, Soneto concatenado, Soneto en hexámetro, Soneto alejandrino, Soneto asonante, Soneto merítrico, Sonetillo, Soneto septenario, Soneto cautivo, Sonetinio, Sonetín, Corona de soneto, Soneto madre, Soneto de Louise Labbé, Soneto marótico, Soneto francés, Soneto rondel, Soneto continuo, Soneto pilaresco, Soneto parnasiano, Soneto coronado, Soneto de rima descendente, Soneto de cuartetos independientes, Soneto polimétrico, Soneto persánico, Soneto ronsardiano, Soneto terciado, Soneto encadenado, Soneto enumerativo, Soneto semifrancés, Soneto Layé, Soneto pareado, Ovilleto, Soneto monorrimo, Perseto, Soneto contreriano, Soneto frente al espejo, Morfosoneto, Soneto boulesiano, Soneto de Tennyson Turner, Soneto spenseriano, Soneto shakesperiano, Soneto armado, Soneto invertido, Soneto bepa, Soneto pabliano, Soneto polar, Soneto experimental, Soneto de Vaughan, Soneto irracional, Soneto descendente, Soneto de terza rima, Soneto de Wordsworth, Soneto de Shelley, Soneto inglés, Soneto de Keats, Soneto de hemisferios, Soneto de Tennyson, Soneto de 15 versos, Soneto con estrambote, Soneto con refrán, Soneto John Done, Soneto con cola, Soneto con sombrero, Soneto doblado, bisoneto, Sinueto.

Estos títulos no son simples etiquetas, sino ejemplos vivos de una exploración constante de la forma. El soneto, nacido en la Italia del siglo XIII con Giacomo da Lentini y llevado a su máxima delicadeza por Petrarca, pronto se convirtió en una de las arquitecturas poéticas más poderosas de Occidente. En España, durante el Siglo de Oro, floreció con una fuerza inigualable, transformándose en el campo de juego de los más preclaros ingenios. Desde entonces ha vivido entre dos tensiones: la disciplina de la perfección formal y la audacia de la experimentación. Con los siglos, cada época dejó su huella: los románticos lo llenaron de subjetividad, los modernistas de música y exotismo (también popularizaron el alejandrino y el polimétrico), y las vanguardias del siglo XX lo desarmaron y reconstruyeron a su antojo, solo para confirmar su vitalidad.

Los sonetos de Bejarano participan de esa misma historia. Desde las formas heredadas hasta las creaciones más recientes, cada variante es una manera distinta de acercarse a la esencia del soneto, de ponerlo a prueba y celebrarlo. El lector hallará aquí no solo un catálogo de nombres curiosos, sino un viaje: la prueba de que el soneto, lejos de ser una reliquia, es un organismo que evoluciona, respira y se reinventa con cada nueva mano que lo cultiva.

Bejarano dialoga con siglos de tradición, desde Petrarca y Garcilaso hasta Quevedo y Borges. El soneto shakesperiano, el spenseriano, el ronsardiano o el parnasiano aparecen no como imitaciones, sino como relecturas vivas. Con este libro demuestra que la tradición no es un lastre, sino un punto de partida. Cada variación es un diálogo entre lo clásico y lo contemporáneo, entre la herencia y la invención.

Es demasiado lo que puede decirse de este libro, pero, para no extendernos indefinidamente, paso a señalar los que considero algunos aportes importantes:

1. Pulveriza la idea de que la métrica es monotonía

2. Constituye, en la práctica, un tratado de versificación útil para aprendices y expertos

3. Obliga al lector a mirar el soneto con ojos nuevos

4. Recuerda que la poesía no se improvisa, se trabaja con rigor

5. Coloca a un poeta guatemalteco en el mapa mayor de la lírica hispánica.

Y es que un libro como este no surge de un capricho ni de un arranque de inspiración: es fruto de la disciplina. El poeta que se somete a setenta y cinco variaciones demuestra que la poesía no es puro desahogo, sino constancia, método y rigor. Eso de escribir «lo que me sale del corazón» es un pretexto de los holgazanes.  

La disciplina no mata la creatividad: la potencia. Bejarano lo prueba en cada página de este Sonetario. Setenta y cinco formas distintas de escribir sonetos. Es un libro monumental. En él conviven tradición y modernidad, rigor técnico y emoción, disciplina y libertad. No es un conjunto de poemas «sin ton ni son»,  sino un manifiesto práctico sobre la vitalidad del verso clásico. Demuestra que la métrica no está agotada, que el soneto sigue siendo fenómeno de invención, que el artificio es fuente de libertad. Lo cual me lleva a afirmar, sin temor a quivocarme, que en este libro el poeta Pablo Bejarano se consolida como uno de los más destacados cultores del verso clásico —ese verso fecho al itálico modo que desde Garcilaso2 ennoblece nuestra lengua— y ofrece al español un aporte duradero: la certeza de que la tradición, cuando se asume con rigor, no es cárcel, sino libertad.

Notas

1La definición misma de verso implica una medida, pues, como plantea la RAE, el verso es una «palabra o conjunto de palabras sujetas a medida y cadencia, o solo a cadencia». Si no tiene una medida, ya no es verso, sino prosa. Alguien podría argüir que bastaría la cadencia para que un enunciado alcance la categoría de verso, pero ¿qué es la cadencia? Me suscribo a la tradición que sostiene que el verso implica una medida, pues, como dijo Pedro Henríquez Ureña, «no existe la prolongación indefinida».

2. No digo desde el Marqués de Santillana (Íñigo López de Mendoza) porque, aunque es considerado por muchos el introductor del soneto a nuestra lengua, sus composiciones no se ajustan todavía al molde italiano, sino que son intentos de asimilación libres y distintos al modelo petrarquista que después consolidaron Boscán y, de forma definitiva, Garcilaso de la Vega.

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