Notas inoportunas: En defensa del buen soneto
En la primera parte de estas notas inoportunas, dije que hablaría de Juan Antonio Espinal (Josián), y de Ricardo González Quiñones, a quienes Pedro Aguilera Carreras, les atribuye cualidades extraordinarias de poetas. Ya hemos comentado las décimas de Josián, así que ahora pasaremos a comentar los «sonetos» de Quiñones, quien es, según Carreras, «uno de los grandes sonetistas de la contemporaneidad,» quien «pareciera decirnos sonetos, solo sonetos, aderezados al clásico convencionalismo, al estilo de Góngora, Quevedo y Lope de Vega. Por más de treinta años escribe sonetos y de tanto pulirlos, se ha convertido en un artífice de la estrofa de catorce versos: Dudo que en la actualidad el país cuente otro que lo supere armando a lo italohispánico ese muñeco de dos cuartetos y dos tercetos».
¿Qué hay de cierto en todo esto? ¡Nada! Lo que Carreras dice es absurdo. Quiñones está muy lejos de ser uno de los grandes sonetistas de la contemporaneidad. Es más, Quiñones no es sonetista.
El soneto, como bien se sabe, es un poema de 14 versos, dividido en dos cuartetos (o serventesios) y dos tercetos. Tiene una introducción, un desarrollo, y una conclusión. En el primer cuarteto introduce el tema, y en el segundo lo desarrolla; en el primer terceto se reflexiona sobre el tema, y en el segundo se concluye los versos en cada estrofa deben ser isométricos: tener el mismo número de sílabas; es, además, obligatorio que cada verso tenga un acento rítmico –cuando se opta por el endecasílabo yámbico− en la sexta sílaba; y si se opta por el endecasílabo sáfico, debe tener acentos rítmicos en la cuarta y octava sílabas. Las rimas deben ser consonantes. Toda rima interna, a menos que se haga con objetivo estético específico, hace al verso impuro. Es importante evitar los antiritmos, todo tipo de asonancia, las cacofonías, las rimas forzadas, los ripios. Y, en cuanto al fondo, hay que saber elegir el tema, pues, no todos dan para soneto.
¿Cumplen los sonetos de Quiñones con estos requisitos? ¡Jamás! Veamos:
«Lo nuestro fue el debut de una aventura 1
un roce de sol azotada por el viento, 2
fue una música, yo diría de un convento 3
una estrella Fugaz deslizada en noche oscura. 4
»Lo nuestro fue la alegría de la amargura, 5
la sensación de vivir quizás el momento, 6
fue arder con una llama a fuego lento 7
y algo cuerdo que a la postre fue locura. 8
»Fue quizás un mural muy mal pintado, 9
o un paisaje por el viento despeinado 10
y una luz que proyectada no dio sombra. 11
»Fue la necesidad de inconsultos pormenores, 12
fue un rosal donde no existían flores. 13
Y una pena cuando mi alma a ti te nombra.» 14
Los versos uno y siete son los únicos correctos: tienen sus once sílabas, ni más ni menos, y tienen sus acentos rítmicos en secta y décima sílabas. Pero en los demás el poeta nunca acierta. Por ejemplo: los versos 2, 3, 5 y 6 exceden con creces las once sílabas, llegando a tener trece sílabas. Los versos 4 y 12 llegan a las catorce sílabas, pero sin que el verso sea alejandrino, ya que le falta el ritmo, no hace cesura en la mitad del verso para dividirlo en dos hemistiquios de siete sílabas (7+7=14). Los versos 8, 10, 11 y 14 tienen doce sílabas. En el verso 9 ocurre algo extraño: la palabra en que recae el acento rítmico central es aguda, seguida por un monosílabo. Esto –como bien apuntó José Ángel Buesa en su Manual de versificación− hace que el verso sea endecasílabo y/o dodecasílabo. Ej.: «Fue- qui-zás- un-mu-ral- muy- mal- pin-ta-do» (once sílabas) «Fue- qui-zás- un-mu-ral / muy- mal- pin-ta-do. (Doce sílabas). Y, aunque el verso sea contado como un endecasílabo, las rimas internas «quizás», «mural» y «mal», apenas separadas por una sílaba cada una, hace de él un verso cacofónico bastante malo. El verso 13 que dice: «fueun- ro-sal- don-de- noe-xis-tí-an- flo-res», tiene sus once sílabas métricas, pero carece de ritmo: les faltan los acentos en sexta –para ser endecasílabo yámbico–; y el antiritmo en la tercera sílaba le impide ser un sáfico puro pleno (esto es: con acentos rítmicos en cuarta, octava y décima sílabas). La palabra «rosal», además, asonanta con «quizás», «mural» y «mal», del verso nueve.
Elegí este soneto, porque de los cuatro incluidos en la antología es el único que tiene dos versos (¡solo dos!) métricamente correctos; todos los demás están fuera de ritmo: poemas en que se mezclan versos de arte menor y versos de arte mayor: octosílabos, eneasílabos, decasílabos, de once sílabas (porque no se le puede llamar endecasílabo al verso de once sílabas que no tiene los acentos rítmicos. Sin ritmo no hay endecasílabo), dodecasílabos, tridecasílabo, tetradecasílabos, pentadecasílabos, y hasta hexadecasílabos.
Es cierto que los modernistas Rubén Darío y Antonio Machado escribieron sonetos polimétricos, donde emplearon versos de arte menor y de arte mayor, pero lo hicieron de manera intencional, siempre cuidando la musi-calidad y la pureza del verso. Ellos, que ya habían demostrado ser verdaderos peritos, rompieron las reglas y crearon nuevas formas. Pero Quiñones falla en el intento, demuestra que no sabe nada de métrica, y, como dijo T. S. Eliot, «siempre me ha parecido poco aconsejable violar las reglas antes de aprender a observarlas».
Quiñones intentó escribir sonetos, pero le faltó el ritmo, y puede haber soneto sin rima (el soneto blanco, por ejemplo), pero jamás sin ritmo. El ritmo es el alma de la poesía, y más estrictamente del soneto. El verso puede prescindir de cualquier otro factor, pero jamás del ritmo. Los sonetos de Quiñones no llegan a sonetos.
Carreras dice que el poeta «por más de treinta años escribe sonetos y de tanto pulirlos, se ha convertido en “un artífice de la estrofa de catorce versos”». Pero los poemas hablan por sí mismos, y ellos nos dicen que no están nada pulidos, y que su creador no es ningún artífice.
¿Y es cierto que los sonetos de Quiñones están escritos «al estilo de Góngora, Quevedo y Lope de Vega?» ¡Triple blasfemia!
Antonio Quilis dice –y en esta materia no se le puede contradecir− que todos los poetas del barroco cultivaron el soneto con maestría sin igual, pero que estos tres [Góngora, Lope, y Quevedo] fueron los máximos sonetistas de la época. Esto es verdad, y no hay que ser gran metrista para comprobarlo. Estos poetas fueron [y son] incomparables.
De Góngora, en particular, dice la erudita Biruté Ciplijauskaité, en el prólogo a su edición de los sonetos completos del cordobés, que «es reconocido universalmente como uno de los más grandes artífices de la poesía, por la maestría y la perfección condensada en sus sonetos.» Y, en ese orden, el gran maestro dominicano, Pedro Henríquez Ureña, escribió que Góngora «es uno de los artistas que desde la adolescencia se hacen maestros de un oficio, uno de los ejemplos sumos de devoción a la inquisición de la forma, exquisito en la delicadeza, brillantísimo, en fin, −continúa PHU− lo que le da eminencia de excepción es, junto a esas calidades de poeta, su persecución infatigable de la expresión nunca usada, el prodigio, renovado siempre, de sus hallazgos». Góngora usó la estructura ABBA−ABBA (cuartetos) para las primeras dos estrofas, y CDC – DCD, CDE – CDE, CDE – DCE para los tercetos. También Quevedo y Lope de Vega usaron esas disposiciones. Pero la estructura utilizada por Quiñones es: ABBA−ABBA para las primeras dos estrofas, y CCD – EED, para los tercetos, es decir, la estructura del sonnet marotique, de Clément Marot, primer sonetista de Francia.
Dicho lo anterior, no entiendo, señores, en qué basa Carreras sus afirmaciones. ¿Será que cree que todos los lectores son imbéciles? Decir que los sonetos, (que, como creo haber dicho ya, no llegan a sonetos) de Ricardo González Quiñones «están escritos “al estilo de Góngora, Quevedo y Lope de Vega”, es una desfachatez; quienquiera que lea poesía clásica puede contactar que en los poemas de estos tres poetas del barroco es difícil encontrar errores, mientras que en los poemas de Quiñones es difícil encontrar aciertos.
Carreras duda, además, de «que en la actualidad el país [República Dominicana] cuente otro que lo supere [a Quiñones] armando a lo italohispánico ese muñeco de dos cuartetos y dos tercetos», pero, sinceramente, si este es el mejor sonetista que tiene el país, entonces no hay sonetistas en República Dominicana.
El soneto, no es un «muñeco de dos cuartetos y dos tercetos», como afirma Pedro Carreras Aguilera. El soneto es, como dice Fernando de Herrera: «La más hermosa composición, y de mayor artificio y gracia de cuantas tiene la poesía italiana y española. Y en ningún otro género se requiere más pureza y cuidado de lengua, más templanza y decoro, donde es grande culpa cualquier error pequeño».
Miguel Contreras